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Cafeterías por Madrid

Entrado un buen frío estamos disfrutando del otoño, la estación preferida por muchos. Vamos a hablar de uno de los mejores lugares para detenerse en esta época del año, con un poco de nostalgia y dirigiendo la mirada al viejo Madrid y su cafeterías, ahora que tenemos precios muy especiales para escaparse desde toda la Península. Los cafés han sido, y siguen siendo, un símbolo de toda ciudad que se precie. Lo fueron de manera especial a lo largo del siglo pasado, cuando aún no habían llegado las grandes franquicias cafeteras y cuando los avances tecnológicos se daban con cierta parsimonia,  con un ritmo más humano que el actual, más analógico que el actual, un ritmo que daba margen a espacios para conversar, para leer,  para pensar. O para ver pasar la vida.

A finales del siglo XIX, Madrid era un poblachón que entonces no llegaba al medio millón de habitantes y contaba con 92 cafés censados. Muchos de ellos alcanzaron fama como cafés literarios, espacios que los escritores de la época convirtieron en templos de encarnizadas tertulias, parlamentos paralelos en los que se debatía, además de sobre literatura, sobre todo lo divino y lo humano.

Uno de los más reconocidos de principios del siglo pasado fue el Café Pombo, en la calle Carretas. En su sótano Ramón Gómez de la Serna estableció y lideró una famosa tertulia, la  Sagrada cripta del Pombo, en la que estaba prohibido hablar de la guerra y que hoy se puede ver en el Museo Reina Sofía retratada por el ilustre Gutiérrez Solana.

Don Ramón María del Valle Inclán frecuentaba el café literario La Flor y Nata ,  y el de Fornos, fundado por un “ballet de Chambre” del Marqués de Salamanca, fue conocido durante años como “el café de los alcaloides” por la cantidad de bicarbonato que consumían sus clientes.   La lista sigue: el Suizo, en el que se servían los famosos bollos, La Fontana de Oro, el Café de la Montaña, al que también acudía Valle y donde perdió el brazo en una trifulca: está el Fuyma, el Iruña, el Lyon, el Colonial, el Comercial, el Gijón… Todos ellos acogieron a bohemios e intelectuales del siglo pasado. Algunos han permanecido hasta hoy.

Vamos a dar una vuelta por los más carismáticos.

El Gijón

El Gran Café de Gijón es uno de los más antiguos y de mayor tradición de Madrid. Se inauguró en 1888 en el número 21 del Paseo de Recoletos, frente a la actual estación de Cercanías y a la Biblioteca Nacional. El Gijón empezó siendo un simple café de barrio que empezó a ser conocido porque abrió una de las primeras terrazas de verano que tuvo Madrid. Recoletos era paseo de moda a principios del siglo XX y los paseantes saciaban su sed a base de los refrescos de zarzaparrilla y de horchata que se servían en la terraza del café.

Al inicio de la década de los 30  se podía ver con frecuencia a Federico García Lorca, que se desplazaba desde la Residencia de Estudiantes a “tertuliar”. El torero Ignacio Sánchez Mejías, la actriz Celia Gámez o los escritores Jardiel Poncela y Agustín de Foxá frecuentaban también el café y participaban activamente en sus veladas.

La Guerra Civil supuso un paréntesis en la vida del país y la actividad de los cafés se redujo a la mínima expresión. Fue ya en los años 50 cuando el Gijón empezó a recuperar su antiguo esplendor de la mano de los intelectuales y artistas del momento. En 1949,  Fernando Fernán Gómez, un joven actor que empezaba a despuntar, creó un premio literario junto a un grupo de amigos con los que compartía tertulia en el célebre café del Paseo de Recoletos. Camilo José Cela,  Manuel Aleixandre, Eduardo Haro Tecglen o Regino Sáinz de la Maza, fueron los impulsores del galardón, origen  del Premio de Novela Corta Café Gijón que hoy financia el ayuntamiento de la capital asturiana.

Más tarde fue un asiduo Francisco Umbral, provocador periodista y escritor que en 1972 publicó La noche que llegué al Café Gijón, libro en el que relata la vida en el Café y por ende en la sociedad madrileña de los años sesenta y setenta. Hoy el Gijón sigue ahí, icono de una época y unas costumbres, atractivo para los turistas que llegan a la capital y que entretienen en sus veladores una parte de su viaje.

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